¿Un Bicentenario sólo de festejos? Hagamos otra Argentina soñada y posible

Sin lugar a dudas el Bicentenario es uno de los acontecimientos nacionales de mayor importancia histórica que viviremos quienes hoy habitamos este país. Su llegada se abraza con grandes festejos. Cada nueva actividad hace honor a la memoria y se bautiza en conmemoración de la gesta de mayo.
Como contracara no dejan de nacer nativos distraídos que aun preguntan sin timidez –si es que algún día lo hacen– sobre las razones del feriado nacional que propicia un día más de reunión familiar en el calendario.
Apenas superando este escalón se encuentran vivas voces que se multiplican proclamando el 25 de Mayo como una revuelta que levantó las banderas de un idealismo unívoco que representaba los intereses de la sociedad argentina. Precisamente es uno de los tantos mitos divulgados desde el sistema educativo, que desdibuja la historia reduciendo los hechos y figuras nacionales a cuentos incompletos y vagos.
Para hacer verdadero honor a nuestro Bicentenario, debería plantearse el 2010 como un año de reflexión. Meses en el que la sociedad tendría que discutir sobre las dos argentinas que estaban naciendo, dos realidades que durante 200 años continuaron su lucha por ocupar su espacio: la argentina del poder económico instalado siempre en el gobierno, con la resistencia de aquella popular y nacional que asomó en 1810, pero que fue sofocada como tantas otras veces durante nuestra corta historia nacional.
La obligación es repensar críticamente aquellos factores de frustración que nos posicionaron en un camino sitiado por desvíos respecto a los grandes objetivos postulados por un puñado de próceres que participaron de la gesta de mayo.
Es tiempo de rescatar los principios y valores embanderados hace dos siglo, donde la igualdad y la libertad señalaban el norte.
Si bien la idea de la emancipación comenzaba a asomar, la Revolución de Mayo fue un cóctel que combinó las condiciones autóctonas con una especial situación internacional, propiciada por la caída del monarca español en manos de los franceses.
¿A quién responder entonces?, fue la pregunta imperante, si la Junta de Sevilla había quedado en poder de Napoleón.
Este contexto, sumado a la influencia de los ideales de la Revolución Francesa de 1789 – libertad, fraternidad e igualdad – en los intelectuales criollos, provocó la revuelta de diferentes grupos de la sociedad que coincidían en un punto en común: la necesidad de encarar un gobierno propio.
Pero el objetivo compartido por todos no evitó que en su interior no reinen las fricciones e intereses contrapuestos, que dieron origen a las dos argentinas que se mantienen hasta nuestros días.
En el proyecto original concebido con un criterio de elite, no estaba contemplada la intervención de las clases populares. Ellas estuvieron presentes, pero esa revolución con una impronta popular y nacional, se transformó poco a poco en liberal y aristocrática.
Los sueños colectivos quedaron inconclusos.
Moreno, Castelli, Belgrano y Artigas, fueron quienes pensaron en una patria con independencia económica, respeto a la soberanía nacional y un pueblo ilustrado que convirtiera a estas tierras en una verdadera nación moderna.
Cómo no pensar que aun hoy seguimos luchando por conseguir aquellas esperanzas sofocadas por los intereses económicos porteños.
Belgrano enarbolaba banderas que sostenían que “la felicidad del pueblo dependía de la repartición de la riqueza”. Será por ello que murió en la miseria.
Moreno ideó un Plan de Operaciones para que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata pusiera en práctica para consolidar la libertad e independencia. Una verdadera revolución, pero esta era económica.
Otra de sus profundas convicciones era contar con una sociedad con educación. “Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuestras ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, mudar de tiranos, sin destruir la tiranía”, decía. Por cierto, la argentina de Moreno no llegó. Sus palabras tienen la vigencia de parecer haber sido pronunciadas dos siglos más tarde.
La supresión de honores (que lo enfrentó a Saavedra), el envío de Belgrano a Paraguay y de Castelli al Alto Perú (para consolidar la revolución de una América deseosa de emancipación), entre otras medidas de Moreno, lo posicionan como un hombre que encendió las esperanzas de la argentina nacional, popular y americana, sueños socavados en tan solo nueve meses, cuando en una misión del gobierno murió envenenado en altamar.
Belgrano y Moreno representaban a una minoría en aquel gobierno. Pero ellos iniciaron aquel proyecto de país que no fue.
200 años después, nuestro deber no tiene que reducirse a condecorar el Bicentenario de la patria con festejos vacíos de contenido revolucionario. El honor a aquellos que lucharon fervientemente por la otra argentina que aun resiste para no desaparecer y morir en el olvido, debería llegar con la refundación de los valores y principios perdidos.
La decisión está en qué Argentina queremos construir. Aquella que se proyectó y no fue, o la que logró perpetuarse en el podery que sofocó cada intento de resistencia popular.
Si queremos festejar el Bicentenario, las mayorías debemos hacer propias las ideas de Belgrano, Moreno, Castelli y Artigas.
La sociedad debe superar el simple hecho de dejar su rol ciudadano en el acto eleccionario y comprometerse desde una participación ciudadana, porque sólo esta actitud es la que determina el rumbo del país, a pesar de que muchos crean que es mejor aislarse y demostrar indiferencia.
Una frase escrita hace más de 50 años por un poeta alemán invita a reflexionar sobre actitudes que muchas veces son más que comunes. Si bien su primera lectura puede parecer ofensiva, cuánto de cierto hay en su mensaje. Bertolt Brech decía:
“El peor analfabeto, es el analfabeto político.
Él no ve, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.
Él no sabe que el costo de la vida, el precio del pescado, de la harina, del alquiler, del calzado o del remedio dependen de las decisiones políticas.
El analfabeto político es tan burro que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la política.
No sabe el muy imbécil, que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de los bandidos que es el político corrupto y el lacayo de las empresas nacionales y multinacionales” (Bertolt Brecht).
Nuestro deber para este año será decidir qué papel cumpliremos para que dentro de 200 años nuestros descendientes disfruten de aquella otra Argentina soñada y posible.

Comentarios

bsaeg77 ha dicho que…
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